Te
escribo porque (no) me conoces y porque tal vez me entiendas. Te escribo porque
ya no tengo ánimos de escribirme. Te escribo porque me lees y eso me basta.
Hace
poco te anuncié que sonreía para demostrar que me duele, que sufro. Quisiera decirte
que es mentira y que intenté hacer una contrariedad del ímpetu que implica sonreír.
Pero no es cierto, dije, esta vez, la verdad. Y me agobia declarar
irresponsablemente que finjo, que algo muy grave sostiene esta médula espinal.
Sé que me recomendarás el alcohol. Yo prefiero arrimarme al desasosiego de
otras personas que al igual que yo están hartas de su dolencia. Pero luego me cohíbo
porque recuerdo que a veces me siento f e
l i z. Estoy cansada. Me pregunto si tú también lo estás. Llevamos tiempo
reconociendo el error: La Vida. ¿Y
qué hacemos al respecto? Buscar opciones. Ya no me puedo pudrir como antes
porque… porque no sé. Sonrío, pero no pienses que es por cosas buenas sino ten
en mente que nada ni nadie saciará este desapego a la neutralidad.
Tú sabes qué hacer conmigo. Termíname.
Brenda Castillo