Escuchar ese
horrible sonido que generan cuando mastican con la boca abierta me obligó a
escribir.
Yo estaba
leyendo, y me gustaba, me gusta leer pero me esfuerzo en abandonarlo. De pronto vino a mi cabeza todas esas ideas que salen cuando quieres leer con suma
atención. Mi futuro, el dinero, la pérdida. Bueno, la vez pasada escribí que la
lectura produce sufrimiento; lo confirmo. Ahora pienso que me siento como
aquella banca que nadie habitará de amor, nadie recordará, estará ahí, en medio
del parque, soportando lluvia, calor, nadie la va a llenar de una historia, de
un final. Todo es insignificante ahora, nada me levanta, nada me mueve, mi
cuerpo apenas y responde a lo que quiero. Hago lo que me digo, ve camina, lee,
ama, olvida. Sigo encarcelada en esto que es ilegible a mi entendimiento. ¿Qué
haría mi yo del pasado? Escribiría, claro. Esa práctica era la única que me
salvaba de mí. Y ya no lo hago, por temor, vaya temor. Digo, esto no sirve, lo
hubiera hecho mejor. El autoestima, se lo acabaron mis parientes. Recuerdo aquella
frase que dice que un escritor no tiene familia. ¿Yo qué soy? ¿Familiar de
quién? Ahora heme aquí tratando de recuperar eso que construí en el pasado y
que destruí en mi presen… no importa. Ni siquiera tengo un té cerca, café,
¡agua! Nada. Me ahogo en este mutismo que casi nadie logra comprender, ni yo.
No juzgo. Anoche acepté una vez más que le hace falta análisis serio a mi situación,
ya sabes, otra vez que alguien que sepa me escuche y diga: debes enfrentar tus
temores, ¡debes actuar! Pero no, ¿sabes? No estoy lista para escuchar algo que
ya sé, ¿cuándo estaré lista? Digo, no quiero hablar de esto, no quiero hacer lo
otro, lo haré después. No estoy viviendo, claramente. Por cierto, también dije que
he estado toda mi vida deprimida y que no sé distinguir cuando estoy viviendo.
Cierto. ¿Por qué? ¿Por qué a mí? Allá afuera hay un sonido de guerra que
escucho a cada rato, ¿y?