Cementerio de vivos
Brenda
Castillo
Guadalupe
Nettel, Después del invierno,
Anagrama,
Barcelona, 2014, 270 p.
Para
saber que se está vivo es necesario haber muerto. O por lo menos eso es lo que
se percibe en Después del invierno, libro
que incita a conocer dos historias que se enlazan entre sí. Gráficamente sería
un camino bifurcado que toma de la mano al conductor para guiarlo por un sólo
camino, a pesar de que éste sea siempre de dos.
Después
del invierno nos cuenta la historia de Claudio y Cecilia, seres ordinarios
dentro de un cementerio que se extiende entre París y Nueva York. El primero
rechaza la convivencia con la humanidad mientras que la segunda sufre por ser rechazada. Claudio, de procedencia cubana, vive
en Nueva York, es editor y mantiene una compleja relación con Ruth, mujer
quince años mayor que él. Cecilia, mujer de origen oaxaqueño, tiene que mudarse
a París para continuar con sus estudios, ahí conoce a Haydée y a Tom, pilares
en su estancia europea.
La
manera en la que se va formando la vida de Cecilia logra parecerse a la Carta a una señorita en París de Julio
Cortázar; no obstante, en ella no abundan los conejitos, sino los fantasmas.
Fantasmas que ella busca a través de su ventana que da a un cementerio, o a
través de la pared que da al departamento de Tom, o en las personas con las que
no logra encajar. En el caso de Claudio, El
extranjero de Albert Camus es la
historia que coincide con la suya a lo largo de la novela, puesto que en ambos
casos los personajes principales evidencian un hartazgo hacia su realidad y
reaccionan mediante sus peores impulsos.
Guadalupe Nettel, autora de este
libro, utiliza una doble temporalidad para mencionar la contextualidad de sus
protagonistas y así entender el carácter de cada uno de ellos. Este tipo de
recurso es usado por varios autores para no describir de golpe la psicología de
los personajes, sino para hacerlo conforme pasan los capítulos y con dos voces
narrativas. Tal es el caso de Mónica Lavín en Hotel Limbo quien sigue este hilo literario.
Después del invierno recupera
un bagaje cultural para señalar posiblemente los conocimientos de la autora, al
igual que otros de sus contemporáneos, Guillermo Fadanelli, por ejemplo, deja
que sus personajes puntualicen las lecturas que han leído y así describir el estilo
de autores que ella maneja: Dick, Burton, Vallejo, entre otros.
Por
otra parte, Cecilia y Claudio cuentan con ideales propios, formas particulares
de solucionar sus complejos. Claudio opta por ser el ente dominante, demanda doblegar
a alguien (Ruth) para sentir que todo lo tiene bajo control. Por su parte,
Cecilia es un ente que requiere ser dominada, probablemente esto sea a causa de
la ausencia de su madre en la infancia, o la necesidad de compañía en su edad
adulta. Estos dos extraños coinciden en sus sensaciones, en ocasiones percibí
una misma voz, tanto Claudio como Cecilia se alejaron de sus raíces para
templarse del país que habitan.
Así
pues, en esta novela podemos visualizar la problemática que sufren los
individuos que viven en otros países, cómo se relacionan con las personas a su
alrededor y cómo éstas los aceptan o no. La sensación que produce su lectura es
de intriga, orfandad, aislamiento, extrañeza. De repente se está dentro de un
enorme cementerio el cual es habitado por gente viva, gente que se deja influir
por sus fobias, pasiones y resentimientos: “Los instintos, los impulsos, las
necesidades físicas son dignas de todo nuestro desprecio”. En un principio, los
personajes se reúsan a sentir aquello que todos los demás sienten y optan por
enclaustrarse en sus profundas contrariedades. Cuando Claudio y Cecilia se
conocen, esto cambia y ambos acceden a aquello que tanto temían: al amor, al vivir,
a compartir las necesidades del otro, a intentar entenderlas.
El
libro lo lleva por nombre pero también las palabras nos envuelven en esa
sensación gélida y melancólica, el eterno invierno que duele el doble cuando
alguien se va, cuando el medio para sentir una caricia es a través de la
práctica epistolar, cuando lo que se quiere no es lo que se tiene. Y cuando se
tiene, produce tedio, temor, amor. La novela maneja el tiempo de forma precisa,
nada es casualidad, todo está donde tiene que estar, con quien tiene que estar.
Los personajes siguen este camino bifurcado, en ocasiones llegan a coincidir y
en otras a andar por otros rumbos sin dejar de tomar en cuenta el primero. El
fluir de su narrativa es la brizna de alguna parte que conecta con la piel.
Claudio
y Cecilia se conocen en un punto de abandono, ambos recién deshabitados de
personas. Cecilia, susceptible por la partida de Tom, toma a Claudio como paño
de espera y ve los aspectos que éste se niega a ver de sí. Él, harto de las
múltiples dolencias de Ruth, ve en Cecilia la mujer sana, aseada, inteligente, joven, desprotegida de cariño y de
conocimientos. La adopta y se obsesiona, ve en ella aspectos que en realidad
no profesa pero que logran construir en
Claudio un ideal de mujer única, única para él y sus necesidades… “Permanecimos
abrazados varios minutos en la entrada, aguantando la respiración, como dos
seres que esperan el inminente fin del mundo”, como en El amante de Marguerite Duras, donde a pesar de todo, al final, el
amor es el que realmente duele.
Coincido
cuando Carlos Zanón dice en “Sentencia de vida”, crítica que escribió sobre
esta novela, que Nettel nos lleva a un límite, a reconocer que las conclusiones
no siempre son favorables y que toda causa tiene su efecto. Y también menciona
el clima, las ciudades distantes, el refugio, el exilio, la intolerable
permanencia con uno mismo. Por añadidura, nos invita a perseguir a la escritora
no sólo en esta novela sino en las huellas que vaya dejando.
Por
otro lado, Después del invierno te
brinda una visión real del mundo y te permite reflexionar sobre la manera en la
que los individuos nos habitamos, nos repelemos, nos desconocemos como
humanidad. Para saber que se está vivo es necesario haber muerto, morir dentro
de una persona, afuera de tu país, en el amor, en la distancia, en el odio, en
los recuerdos. Después del invierno saldrá el sol, eso es indiscutible, hasta
el momento. Pase lo que pase, nadie es indispensable en esta vida porque ahí
seguirá la luz. Estamos aquí para ser, de lo contrario sólo somos fantasmas que
andan por ahí igualando sombras.