diciembre 22, 2014
A profundas dudas

diciembre 14, 2014
Dentro
[ ]

noviembre 15, 2014
.
Entiérrame en tu memoria
y nunca descanses
en paz.

noviembre 08, 2014
Prefiero hablar bajo
![]() |
Olivier Valsecchi |
(7) La
dicotomía entre la epistemología y el psicoanálisis es el arte.
La lectura es el método psicoterapéutico por el cual el
paciente exterioriza el rechazo a la vida real. (6)
(5) Ellos tienen las paredes y las grietas, yo
tengo los libros y las voces. Un hogar.
Me gusta hablar sola porque pocas voces me contestan. (4)
(3) La poética como diálogo de nuestros
desvencijados sentidos.
Nos dimos el tiempo
verbal necesario para dilucidar nuestro ambiente psicológico. (2)
(1) La etimología es el psicoanálisis de las
palabras.
Brenda Castillo

octubre 12, 2014
Septiembre 26, 43 normalistas desaparecidos. Ayotzinapa, Gro. México.
(...)
La desaparición
pasó de ser
un acto poético
para convertirse
en un silenciador sonoro
quien levanta la voz tras el libro
pronto levantará el alba
bajo la muerte
la única manifestación:
el susurro
el grito
ido al carajo
es tan sólo
la maculada sangre
que no se ha borrado
del autobús escolar
el puño
elevado
representa el padecimiento
del
coraje
(memorizar
cada
secuestrado nombre
es motivo
de
resistencia)
la desaparición
pasó de ser
un acto poético
para convertirse
en un silenciador sonoro
no eres una fosa
compañero
ni un criminal
si yo (te) lucho
te aparezco.
Brenda Castillo

octubre 08, 2014
Dejamos de ser personas
Dejamos de ser personas
nos
convertimos en hilos
sostenemos a seres
tan
lastimados como nosotros.
Yo
ahora
no puedo ser el hilo.
Me quebranta no poder
ayudarte
no sé
ayudar
no
me puedo ayudar.
Es triste
que el
cuello
dependa de la viga.
Me
hunde
saber
que nos necesitamos
y
que mi tristeza
puede más
que mi
solidaridad.
BC

septiembre 28, 2014
Verá, es bastante difícil reconocer la derrota ya que en algún determinado momento la paciente acudió a este
medio para soslayar el dolor que la cercenaba. Después de un corto letargo, vuelve
porque un infortunio similar la ha vuelto a embestir; esperemos que una vez más
sobreviva al lento y punzante tratamiento, y que la memoria de alguien la
guarde en su gloria.

septiembre 27, 2014
Nullius in verba
I
“Bésame”, le dije. “Siempre”, contestó y volvió
a mí. Acercó su rostro y juntó sus trozos de alma con los míos. Nos quedamos
recostados, mirándonos sin decir nada verbal. Sin tocarnos.
—¿Cuánto tiempo serás
mía?—le dije en susurro. Levanté la mano y acaricié su rostro. Como quien lanza
una granada y después llega con alcohol para curar a los heridos.
—El suficiente—, dije, mostrando la autoridad
que no tenía, que me inventaba, que él me permitía. Bajó la caricia hacia mis
hombros. Me limité a responderla. Un nudo en la garganta se me formó cuando
escuché su respuesta, inseguro, dejé de tocarle el rostro aunque una inexplicable
fuerza me incitaba a seguir tocándola…
—¿Me deseas?— preguntó de la nada, me
sorprendió esa parte desenfadada que bien sabía dominar de sí.
—Me gustan tus labios.
Me incorporé en la cama para que dejara de
tocarme. "Me gustan tus labios", qué banalidad, qué precario. Él
también se sentó. Ambos teníamos los brazos encima de las rodillas. Me miraba.
Yo miraba hacia la ventana. Me besó la mejilla. Sentí cierta ausencia de su
parte, no sé, algo no marchaba bien, no quería ser yo quien se marchara al
final, ni quería ser quien terminara perdiendo. Un ambiente de batalla se
estaba recreando ahí.
—¿Por qué no me besas?— le pregunté con
peculiar angustia, tal vez ella no estaba al tanto de que me aterraba esa
postura de desdén, que me mataba que no me mirasen a los ojos cuando algo se estaba
germinando en el aire. Me tuvo compasión, lo sé porque enseguida de mi pregunta
giró el rostro y me besó el hombro.
—¿Qué tienes?— le volví a preguntar como un inocente
infante que desconoce cómo tratar a una mujer.
—Nada.
—Te pasa algo.
—No sé.
Me abrazó para prolongar la evasiva o para
dejarlo de ver (tal vez no le gustaba que lo mirasen y por eso intenté esquivar su mirada). Sentí su palpitación en mí. Me abrazaba con ternura. Con
extraño afecto. Las yemas de mis dedos comenzaron a recorrer su pecho
desnudo. Mi boca buscó los rincones de piel que no había besado. Le besé el
cuello, la barba, las mejillas. De momentos lo sentía temblar. Yo también
temblaba. Besé la comisura de sus labios y después me separé de él. Me miró con
tristeza. Me besó los brazos. Acercándose. Abrazándome fuerte. Respiré
despacio. Caímos nuevamente en las sábanas. Su boca aclamaba la mía. Me hundí en
la cama para que éste no me encontrara. Me estaba yendo, mi cuerpo se entregaba
y tuve miedo; todo comenzó a salirse de mis manos. No quería entregar mi
interior antes de haber tocado el suyo.
—¿Me deseas?— me volvió a preguntar. Me quedé
quieto. Respiró profundo. Me daba miedo expresar esa parte de mí sensible, esa
parte que suele doler cuando alguien se va.
—Sí, te deseo, te deseo mucho—. Dije, indómito,
temeroso.
Fui yo quien besó sus labios, despacio. Muy
despacio. De momento se separaba de mí para que yo lo volviera a buscar. Para
suplicar por sus labios. Para vengarse de mi venganza. Dejó de tocarme. Mis
brazos se aferraron a su cuerpo desnudo, al cariño que nos negábamos.
—¿Cuál es la finalidad?— Me dijo, intercambiando
el papel, ahora ella era la víctima y yo el victimario. Se entregaba,
de a poco, pero se entregaba, y eso despertó mi seguridad, mi ánimo, mi guerra.
—¿Tiene que haber un fin?— le dije con una
sonrisa triunfante.
—Hablo de un objetivo, el corazón, por
ejemplo—. Me llevó hasta él con los brazos y me sostuvo como el enfermero que llega a salvar a los heridos en una guerra.
—No me sueltes, tengo frío.
Lo abracé accediendo a la irresponsabilidad.
Dejé que el afecto lo cubriera del supuesto frío. Quería una respuesta. Metí
mis piernas en las suyas. Acaricié su cabello, su nuca, su rostro. Cerró los
ojos. Me sentía. Lo disfrutaba. Paré cuando vi que su semblante se elevaba.
Abrió los ojos.
—¿Qué pasa?
—Contéstame.
—Te estoy molestando, perdón.
Se disculpaba, era su manera de ser frágil.
De seguir evadiendo. Lo observé por algunos segundos. Nos besamos los labios
por un rato. Él me tocó las piernas, indagando. De pronto volví a ser un niño
en su regazo, uno que puede jugar, explorar, ser libre en el cuerpo de su compañera.
—Tengo hambre— dije tontamente para esquivar
una posible desunión.
¿Hambre?, ¿qué clase de hambre? ¿Fisiológica?, ¿sexual?, ¿sentimental? Me separé de él. Esta vez me alejé hasta el otro rincón de la
cama.
—Come—, dije, insegura. Abracé mis piernas sin
permitirme decaer. Fui un estúpido al haberle dicho lo primero que rebotó en mi
cabeza, sin embargo, eso me mostró que le preocupaba, que ya estaba sintiendo
algo por mí.
—Me gusta cómo me hablas—. Se defendió como
los grandes. Lo sentí acercarse. Me quitó la camiseta. Lo dejé. Me reencontré
con su rostro y mordí su labio inferior. Su respiración se aceleró. La mía
también. Dejé de pensar. De atacar. Comencé a sentir.
—¿Te gusto?
—Aún no lo sé—, contesté sin parar de besarlo.
Me presionó fuerte contra él.
—¿Yo te gusto?
—Lo sabré cuando seas mía—, repuse, con la sed que había despertado en mí.
Reí. Él rió conmigo...
Brenda Castillo

septiembre 22, 2014
Un elefante ama
![]() |
Nina Papiorek |
Un
elefante ama. Una elefanta quiere. Los elefantes buscan. Los elefantes
encuentran. Los elefantes aman. Los elefantes procrean. Los elefantes esperan... Un elefantito llora. Un elefantito camina. Un elefantito abraza. Un elefantito
come. Un elefantito duerme. Un elefantito juega. El hombre caza. El hombre
persigue. El hombre asusta. Los elefantes corren. El hombre dispara. Los
elefantes lloran. Un elefantito muere.
Brenda Castillo

septiembre 20, 2014
Maculados
![]() |
Olivier Valsecchi |
Seguimos
enclaustrados en la mente
somos
los maculados huéspedes
de
la alteración de la conciencia
nos
quedamos
no
no
en el corazón
—eso es absurdo—
somos
pioneros de la dopamina
y no de los
latidos
que
evocan una vida agonizante
nos
quedamos
ahí
en
ese sitio
en
ese baúl
ajeno a la
certeza
repelente
a la realidad
nos
quedamos habitando
el uno del otro
dentro
en
el inconsciente
donde mora lo posible
lo
intangible para el sujeto
la
casa del silencio
estridente
sí
ahí
estaremos
por
varios
varios años
arrimados
a los trastornos
a lo que se siente y vive flotando
ahí
ahí
anidaremos
siempre
desconociendo
irremediablemente
el olvido.
Brenda Castillo

septiembre 05, 2014
El córvido
Poe me dijo al oído: “Otros amigos se
han ido antes; mañana él también me dejará, como me abandonaron mis esperanzas”.
Y es verdad...
El
cuervo es una figura retórica y la literatura lo conserva en su memoria. Éste
depende de la tinta azabache del escriba para pigmentar sus diabólicas y casi
siempre lustrosas plumas. En su amenazadora mirada se refleja la agonía de
quien le escribe mientras que en su pico se vislumbra la curvada lápida de
algún fallecido narrador. Su vetusto cuerpo se sostiene de dos filosas y
menudas patas, como las de un quebrantado y a su vez majestuoso escritorio.
El
cuervo es un necrófago distinguido que aguarda, con notable impaciencia, los
restos de la presa que la crítica probablemente le está a punto de dejar. Es un
córvido imponente; el insomne cielo se deja volar por encima de él. Los
taciturnos lectores le temen y, de este modo, enaltecen su potestad; ven en su
vuelo el innombrable luto de alguna eviterna historia.
Hay
veces que el cuervo es un ave común, un ave que irradia temor, inteligencia y
una malograda melancolía. Desde su agónico interior el cuervo envidia el eterno
sufrimiento de quien le crea y, por ende, disfruta con goce tremebundo sacarle
los ojos.
Es
así como este pequeño demonio llega a ser la gran musa de muchos ciegos, él lo
sabe y por las lúgubres noches —“atónito, temeroso, dudando, soñando sueños que
ningún mortal se haya atrevido jamás a soñar”— visita gélidos lares para que el
puño temblante de alguien pueda morir de él… “y nada más”.
Brenda Castillo

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