noviembre 21, 2019

Rendirse





En nuestros locos intentos, renunciamos a lo que somos por lo que esperamos ser.
William Shakespeare

Hay un grado de impactante lucha en aquellos que llegan a los nueve meses de gestación. Desde el vientre, el feto se aferra a la carne para después soltarla y ser parte de la vida. Producto útil, humano íntegro. De estas personas se puede esperar todo, puesto que, desde su origen, permanecieron en el camino para llegar al final.
Yo me rendí a los siete meses, pero la madre, fuerza en ella, optó por luchar, por retenerme el mayor tiempo posible para que yo naciera viva. Es cierto que no se puede obligar a un ser nuevo a nada; el inconsciente del producto, más las emociones de la madre, impulsan a algo... Ella esperó a que yo fuese igual de fuerte, y lo fui, un mes más. Si de algo estoy segura es de rendirme luchando.
Un mes de resistencia bastó para que mi lugar en este mundo cobrara sentido, ese mes me demostró que todo es posible y que, por ende, es mejor no indagar más de lo preciso porque siempre hay líneas intermedias que indican algo; esas líneas pertenecen a nosotros, y ahí estamos bien.
Cualquiera puede pensar que rendirse es un guiño de cobardía, nadie se toma la molestia de sugerir que existe un plano entre el éxito y el fracaso que establece un territorio vigoroso para quienes nos rendimos y que es igual de respetable que ambos lugares. Rendirse para contemplar, para cultivar algo desde ahí, rendirse para sentir la posible felicidad o la desdicha, para sentir ambas, para sentir más. Rendirse para no ser de nadie, para pertenecer al punto intermedio. Rendirse para mostrarle al mundo otro mundo, para ser de otros, para quebrantar dilemas, estigmas, para representarnos, para renunciar a aquello que está, que debe ser.
Piglia reflexiona en Respiración Artificial sobre las utopías, el exilio: “El destierro, el éxodo, un espacio suspendido en el tiempo, entre dos tiempos”. Quien renuncia se exilia de lo que está determinado y pasa a lo otro, a su utopía. Entonces, ¿qué sucede con el éxito? ¿Qué hay ahí? Hay una plataforma de triunfadores que logran levantar la bandera del Progreso, del Desarrollo que la Revolución Industrial creó. Una persona exitosa es aquella que otorga su tiempo a través de su trabajo para enriquecer a terceros, de esta manera progresa y ayuda al desarrollo de su país (aplaudo de pie). Un esquema social ambicioso que muchos emprendedores se esfuerzan en presumir. El triunfo, de este modo, puede ser la utopía que devora sus manos hasta desintegrarlas. Asfixia, frustración. Los nueve meses están en esa plataforma, hay manos estiradas que tiran del perseverante, del que sí le echa ganas, del exitoso y ahí lo mantiene, con una estrellita en la frente y latigazos en la espalda. La derrota, en cambio, se desiste de tomar estas manos y sólo caer.
Quien se rinde no es una persona sin valor, ésta sabe cuándo encontró su línea porque a pesar de saber que no logrará lo que todos piensan que es correcto, sigue luchando, pese a todo, jamás deja de luchar. Nadie como alguien que se ha visto en la derrota para saber lo que es tenerlo todo por voluntad: el inicio, la meta, la felicidad, el dolor… Personajes literarios nos han mostrado que esto es posible, que hay dignidad en el retiro.
¿Qué sería de la literatura sin los grandes gestos de renuncia? Pensemos en Antonieta Rivas Mercado y la bala en su corazón, pensemos que ella tuvo un mes (que se extendió casi una vida) para luchar y, sin embargo, antes de llegar a la meta (una muerte por enfermedad o por envejecimiento como notable escritora y actriz) escogió la línea divisoria entre el Todo y la Nada, escogió jalar del gatillo y revelarnos que rendirse también es un espacio estimable y bien poblado. ¿Quién puede juzgar a Antonieta? ¿Quién la puede señalar y nombrar fracasada? No, quien se rinde no fracasa, porque son obreros y obreras y dentro de sus ruinas decidieron parar la construcción, retirarse de la manera más distinguida y poco convencional. Escogieron liársela a la plataforma del éxito y desterrarse antes de que los devoraran.
Quienes nos rendimos no ganamos ni perdemos, no hay que confundirnos ni caer en conformidades impuestas por una sociedad que juzga por lo que cree ver y actúa con base en convencionales visiones. Así como el triunfo es celebrado y la derrota acogida por el consuelo, rendirse es una opción sensata y posible para cualquier persona. ¿Por qué nadie nos dice eso? ¿Por qué no nos recomiendan perseguir una meta que está en medio? ¿Por qué todo tiene que ser cabeza y pies y saltarnos el ombligo? “Lucharé para que el fracaso sea posible”, dijo Lemmy Caution. Se presiente una revolución ahí, una lucha en contra del enfoque progresista, una resistencia a ser la persona idealizada. Sólo en la frustración la utopía es real.    
De algo estoy convencida: voy a rendirme; entender que el ombligo es nuestra Tierra, como lo hizo Alejandra Pizarnik, quien mostró sorprendente fortaleza al hacer frente a una vida llena de sufrimiento y complejidades, y que al final, supo dónde encontrar su línea, dejar de correr, estar, morir. Sin saberlo, Pizarnik halló un camino, corrió, nos consta que corrió. ¿Quién puede decir que no es una rendida que sigue luchando? Hay pasión incluso en la manera en la que decimos “Me iré y no sabré volver”.
Quien se rinde es una persona que lo ha intentado y que ha sabido cuándo retirarse. Alguien puede padecer un dolor de cabeza, tomar una aspirina, seguir con dolor y luego enterrarse un cuchillo en el ojo. Quien se rinde no necesariamente debe morir para saber que está en su punto medio, quien se rinde puede amar las flores, cosecharlas, —si éstas no florecen— tirar las macetas. Es alguien que conoce el proceso y decide no llegar al final. No escoge el final porque ya pasó por el inicio y eso es suficiente. Podríamos decir que la renuncia es algo que verdaderamente nos pertenece; la victoria no es de nadie, el éxito siempre será para alguien más. Toda causa tiene su consecuencia. La derrota es símbolo de lucha personal, el éxito es el espejismo de un factor externo.
Yo no llego a la meta porque ésta te devuelve al inicio, todo se torna un círculo vicioso y suelo marearme. Desde el punto intermedio hay una calma y un libre albedrío que nadie más te puede arrebatar. Quienes nos rendimos tenemos derecho a levantar la bandera de dignidad y recibir festejos o abrazos de consuelo si es preciso. En el retiro hay paz, armonía; un encuentro contigo que es favorable o no: “Cuán dura la lucha, cuán inevitable la derrota”. Sí, es cierto, renunciar es estar en medio, dejar de avanzar, morir, o vivir con el estigma, pero esta paz, esta utopía, ¿también la gozan los exitosos?
La persona que, por ningún motivo piensa en rendirse, logra terminar su círculo: inicio, fin. Conoce y palpa aquello que el emprendedor desconoce. Hay que ser humildes, de verdad, humildes para saber retirarse. El éxito se ha olvidado de esta parte porque su objetivo es impulsar la fuerza de trabajo para crear un mundo mejor, con gente triunfadora que se olvide de ser humano y se esfuerce por ser figura, un ideal, un trofeo. Objeto de consumo. Objeto para estanterías ajenas. Algo que brille por lo que no es.
Los jefes de Bukowski conocieron a alguien que desde el inicio ya levantaba la bandera de los fracasos, un rendido nato que luchó como pudo y cayó como pocos. Pero tuvo más opciones, opciones que apoyaron su noción, no de una persona derrotada, sino de un rendido anunciado. Pero Bukowski no es un gran ejemplo de humildad, ni de nada [una disculpa].
Quien se rinde es una casa sin puertas, divaga entre las habitaciones sin poblar alguna. Es el cáliz de las mejores y peores decisiones. Tiene todos los sentimientos y se rinde ante ellos. Puede ser la mejor o la peor persona. Tiene una construcción y resuelve detenerla porque es lo más viable. O porque tomó una decisión, y eso implica grandes riesgos. Hay que reconocer que quien se rinde tiene ímpetu, no llega a nueve meses, pero escoge intentarlo.

Brenda Castillo


Creación antisocial:

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