julio 20, 2016

A modo de hazaña

Escuchar ese horrible sonido que generan cuando mastican con la boca abierta me obligó a escribir.
Yo estaba leyendo, y me gustaba, me gusta leer pero me esfuerzo en abandonarlo. De pronto vino a mi cabeza todas esas ideas que salen cuando quieres leer con suma atención. Mi futuro, el dinero, la pérdida. Bueno, la vez pasada escribí que la lectura produce sufrimiento; lo confirmo. Ahora pienso que me siento como aquella banca que nadie habitará de amor, nadie recordará, estará ahí, en medio del parque, soportando lluvia, calor, nadie la va a llenar de una historia, de un final. Todo es insignificante ahora, nada me levanta, nada me mueve, mi cuerpo apenas y responde a lo que quiero. Hago lo que me digo, ve camina, lee, ama, olvida. Sigo encarcelada en esto que es ilegible a mi entendimiento. ¿Qué haría mi yo del pasado? Escribiría, claro. Esa práctica era la única que me salvaba de mí. Y ya no lo hago, por temor, vaya temor. Digo, esto no sirve, lo hubiera hecho mejor. El autoestima, se lo acabaron mis parientes. Recuerdo aquella frase que dice que un escritor no tiene familia. ¿Yo qué soy? ¿Familiar de quién? Ahora heme aquí tratando de recuperar eso que construí en el pasado y que destruí en mi presen… no importa. Ni siquiera tengo un té cerca, café, ¡agua! Nada. Me ahogo en este mutismo que casi nadie logra comprender, ni yo. No juzgo. Anoche acepté una vez más que le hace falta análisis serio a mi situación, ya sabes, otra vez que alguien que sepa me escuche y diga: debes enfrentar tus temores, ¡debes actuar! Pero no, ¿sabes? No estoy lista para escuchar algo que ya sé, ¿cuándo estaré lista? Digo, no quiero hablar de esto, no quiero hacer lo otro, lo haré después. No estoy viviendo, claramente. Por cierto, también dije que he estado toda mi vida deprimida y que no sé distinguir cuando estoy viviendo. Cierto. ¿Por qué? ¿Por qué a mí? Allá afuera hay un sonido de guerra que escucho a cada rato, ¿y?





julio 13, 2016

Reseña


Cementerio de vivos
Brenda Castillo

Guadalupe Nettel, Después del invierno,
Anagrama, Barcelona, 2014, 270 p.


Para saber que se está vivo es necesario haber muerto. O por lo menos eso es lo que se percibe en Después del invierno, libro que incita a conocer dos historias que se enlazan entre sí. Gráficamente sería un camino bifurcado que toma de la mano al conductor para guiarlo por un sólo camino, a pesar de que éste sea siempre de dos.
            Después del invierno nos cuenta la historia de Claudio y Cecilia, seres ordinarios dentro de un cementerio que se extiende entre París y Nueva York. El primero rechaza la convivencia con la humanidad mientras que la segunda sufre por ser rechazada. Claudio, de procedencia cubana, vive en Nueva York, es editor y mantiene una compleja relación con Ruth, mujer quince años mayor que él. Cecilia, mujer de origen oaxaqueño, tiene que mudarse a París para continuar con sus estudios, ahí conoce a Haydée y a Tom, pilares en su estancia europea.
La manera en la que se va formando la vida de Cecilia logra parecerse a la Carta a una señorita en París de Julio Cortázar; no obstante, en ella no abundan los conejitos, sino los fantasmas. Fantasmas que ella busca a través de su ventana que da a un cementerio, o a través de la pared que da al departamento de Tom, o en las personas con las que no logra encajar. En el caso de Claudio, El extranjero de Albert Camus es la historia que coincide con la suya a lo largo de la novela, puesto que en ambos casos los personajes principales evidencian un hartazgo hacia su realidad y reaccionan mediante sus peores impulsos.
            Guadalupe Nettel, autora de este libro, utiliza una doble temporalidad para mencionar la contextualidad de sus protagonistas y así entender el carácter de cada uno de ellos. Este tipo de recurso es usado por varios autores para no describir de golpe la psicología de los personajes, sino para hacerlo conforme pasan los capítulos y con dos voces narrativas. Tal es el caso de Mónica Lavín en Hotel Limbo quien sigue este hilo literario.
Después del invierno recupera un bagaje cultural para señalar posiblemente los conocimientos de la autora, al igual que otros de sus contemporáneos, Guillermo Fadanelli, por ejemplo, deja que sus personajes puntualicen las lecturas que han leído y así describir el estilo de autores que ella maneja: Dick, Burton, Vallejo, entre otros.
Por otra parte, Cecilia y Claudio cuentan con ideales propios, formas particulares de solucionar sus complejos. Claudio opta por ser el ente dominante, demanda doblegar a alguien (Ruth) para sentir que todo lo tiene bajo control. Por su parte, Cecilia es un ente que requiere ser dominada, probablemente esto sea a causa de la ausencia de su madre en la infancia, o la necesidad de compañía en su edad adulta. Estos dos extraños coinciden en sus sensaciones, en ocasiones percibí una misma voz, tanto Claudio como Cecilia se alejaron de sus raíces para templarse del país que habitan.
Así pues, en esta novela podemos visualizar la problemática que sufren los individuos que viven en otros países, cómo se relacionan con las personas a su alrededor y cómo éstas los aceptan o no. La sensación que produce su lectura es de intriga, orfandad, aislamiento, extrañeza. De repente se está dentro de un enorme cementerio el cual es habitado por gente viva, gente que se deja influir por sus fobias, pasiones y resentimientos: “Los instintos, los impulsos, las necesidades físicas son dignas de todo nuestro desprecio”. En un principio, los personajes se reúsan a sentir aquello que todos los demás sienten y optan por enclaustrarse en sus profundas contrariedades. Cuando Claudio y Cecilia se conocen, esto cambia y ambos acceden a aquello que tanto temían: al amor, al vivir, a compartir las necesidades del otro, a intentar entenderlas.
El libro lo lleva por nombre pero también las palabras nos envuelven en esa sensación gélida y melancólica, el eterno invierno que duele el doble cuando alguien se va, cuando el medio para sentir una caricia es a través de la práctica epistolar, cuando lo que se quiere no es lo que se tiene. Y cuando se tiene, produce tedio, temor, amor. La novela maneja el tiempo de forma precisa, nada es casualidad, todo está donde tiene que estar, con quien tiene que estar. Los personajes siguen este camino bifurcado, en ocasiones llegan a coincidir y en otras a andar por otros rumbos sin dejar de tomar en cuenta el primero. El fluir de su narrativa es la brizna de alguna parte que conecta con la piel.
Claudio y Cecilia se conocen en un punto de abandono, ambos recién deshabitados de personas. Cecilia, susceptible por la partida de Tom, toma a Claudio como paño de espera y ve los aspectos que éste se niega a ver de sí. Él, harto de las múltiples dolencias de Ruth, ve en Cecilia la mujer sana, aseada, inteligente, joven, desprotegida de cariño y de conocimientos. La adopta y se obsesiona, ve en ella aspectos que en realidad no  profesa pero que logran construir en Claudio un ideal de mujer única, única para él y sus necesidades… “Permanecimos abrazados varios minutos en la entrada, aguantando la respiración, como dos seres que esperan el inminente fin del mundo”, como en El amante de Marguerite Duras, donde a pesar de todo, al final, el amor es el que realmente duele.
Coincido cuando Carlos Zanón dice en “Sentencia de vida”, crítica que escribió sobre esta novela, que Nettel nos lleva a un límite, a reconocer que las conclusiones no siempre son favorables y que toda causa tiene su efecto. Y también menciona el clima, las ciudades distantes, el refugio, el exilio, la intolerable permanencia con uno mismo. Por añadidura, nos invita a perseguir a la escritora no sólo en esta novela sino en las huellas que vaya dejando.
Por otro lado, Después del invierno te brinda una visión real del mundo y te permite reflexionar sobre la manera en la que los individuos nos habitamos, nos repelemos, nos desconocemos como humanidad. Para saber que se está vivo es necesario haber muerto, morir dentro de una persona, afuera de tu país, en el amor, en la distancia, en el odio, en los recuerdos. Después del invierno saldrá el sol, eso es indiscutible, hasta el momento. Pase lo que pase, nadie es indispensable en esta vida porque ahí seguirá la luz. Estamos aquí para ser, de lo contrario sólo somos fantasmas que andan por ahí igualando sombras.






Creación antisocial:

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